miércoles, 3 de agosto de 2011

Sexta entrega


Apreciado lector: No hará falta insistir en que la realidad es muy dura. De eso nos acordamos todos cada día. Seguimos intentado con estas cartas aclarar la situación y los conceptos. Prosigamos. Al final, la política es el arte de administrar éticamente los recursos dentro de un marco concreto. En Europa Occidental, en España, la democracia. Al final la política es administrar dinero. Dinero (denario, moneda romana) es todo medio de intercambio común y generalmente aceptado por una sociedad que es usado para el pago de bienes, servicios, y de cualquier tipo de obligaciones. Es decir el instrumento que nos permite homogeneizar el valor de las cosas, acumular los resultados del trabajo, moverlo con fluidez, transformarlo en progreso. O en ruina. Depende de cómo se administre.
Todos aplaudimos en su día la entrada en el Euro. Daba la impresión de haber encontrado la piedra filosofal. De pronto gracias a los políticos que por una vez parecían haberse puesto de acuerdo en algo, todos éramos tan ricos como los alemanes ¿O no? Nadie pensó que armonizar la moneda pondría más en evidencia las grandes diferencias entre los Estados europeos. Nadie pensó que podría conducir con rapidez a incrementar artificialmente el valor de los bienes y productos. Pondremos unos ejemplos. Un café: un euro. Antes ochenta pesetas. Una hora de parking: un euro. Antes cien pesetas. Un “gorrilla” en la calle: un euro. Antes treinta pesetas. Etc. Eso sí. La confianza en el progreso del país se multiplicó por tres, no por dos. De pronto todos éramos ricos, y por primera vez, de verdad europeos. ¿Quién se beneficiaba de la situación?: Los mismos de siempre. Los especuladores. De pronto tenían al mercado en un puño. Controlaban todo en tiempo real. De pronto la banca europea nos prestaba enormes cantidades de dinero que había que colocar. ¿Por qué no? ¡Los intereses estaban tan bajos! ¿Por qué privarse de un piso, de un coche, de un viaje a Grecia, de cualquier capricho? ¿Y las administraciones públicas? ¿Por qué no construir un museo para esto o para lo otro? ¿Por qué no ampliar la plantilla municipal? ¿Por qué no presupuestar un viaje a América para hermanar el pueblo con aquel otro que visitó el alcalde? ¿Por qué no instituir un premio de lo que fuera? ¿Por qué no? Y los bancos a lo suyo, a tender las redes, a firmar créditos, hipotecas, avales, lo que hiciera falta. ¡Faltaría más! Queremos ser su banco. Ya sabes.
Y mientras la administración del Estado en Babia[1] “España va bien” o “Pronto estaremos por delante de Francia y de Italia” o cualquier otra chorrada populista y demagógica, que es lo que les va y lo que nos merecemos.  Cada país democrático tiene los políticos que se merece. ¿O es que no los hemos elegido? Sí. Ellos se encargan de recordárnoslo todos los días.
¿Y ahora qué? Pura aritmética. Lo primero cuadrar las cuentas de todos. Devolver lo que nos prestaron más los intereses. Que de pronto aumentan por obra y gracia de un tipo que vive en Bruselas, y que hasta el momento no acierta ni una.  Así que austeridad. ¡Y atención porque el sistema legal les da todas las ventajas! ¡Al que se descuida lo ponen de patitas en la calle previo mandamiento judicial que,  mira por donde, obtienen de un día para otro! Puro derecho romano. “Prior in tempore potior in iure” Si quiere comprobar el agravio comparativo inicie usted una demanda contra un banco.


[1] «Entiéndese comúnmente por Babia el país de los tontos. Por eso se dice que está en Babia el que se halla completamente distraído o alelado.»

martes, 12 de julio de 2011

Quinta Entrega

Apreciado lector: En este análisis de la realidad, hemos hablado de los problemas de financiación, de los políticos,  de la burocracia, del paro. Si te parece  comentaremos algunas de las causas, como la falta de seriedad de los instrumentos de pago. De la enorme cantidad de devoluciones de pagarés, del impago de las administraciones públicas, de lo que tendríamos que cambiar si queremos que el resto del mundo nos tome en serio. España es diferente. Un eslogan turístico de los ochenta que mantiene su total actualidad.
¿Somos un país serio y solvente? ¿O es que solo lo creemos? ¿Por qué  nuestro índice de impagados es de los más altos de Europa occidental? No voy a incluir, con todos los respetos,  a  Moldavia, Bielorrusia, y otros países del Cáucaso. ¿Por qué? No puede ser que a principios del Siglo XXI estemos todavía con esta situación de falta de formalidad contractual, donde la palabra no vale nada, al menos en el mundo de los negocios. Eso no crea un clima de confianza, que es precisamente lo que más falta nos hace. Si realmente queremos salir del agujero, tendremos que aprender a comportarnos de otra manera. La ruina o el bienestar es cosa de todos. Si permitimos que entre nosotros abunden los desaprensivos que firman a sabiendas de que no van a cumplir con sus obligaciones financieras estamos listos. Y vaya ello también para los que pretender no cumplir con sus obligaciones fiscales. España, y sus carreteras, aeropuertos y demás, sí que somos TODOS. Pues bien a pesar de todo España sigue siendo un coto fiscal para muchos que van a su aire. Eso no puede ser. Y más que un problema de inspección es un problema de concienciación. De educación. De sentido ético. De todos.
¿Y las administraciones públicas? ¿Por qué se pasan impunemente de presupuesto? ¿Por qué no existe un riguroso control presupuestario cuando a un alcalde se le ocurre una alcaldada? Aunque esto valga para cualquier organismo público: Diputaciones, Consejerías, etc. Administrar bien no es fácil. Pero cuando algunos creen que el dinero público no es de nadie, están colaborando en generar falta de confianza. ¡Justo lo más sensible otra vez!  Cada pueblo pretende tener TODOS los servicios. Un auditorio, un palacio de deportes, un lo que sea…, y eso naturalmente hay que pagarlo. Y comienza a girar la espiral. Las empresas contratistas, los proveedores, los profesionales, los demás, a esperar pacientemente el maná.  Y eso se debe a nuestra particular y egoísta idiosincrasia. - ¡Yo también! ¡Yo también quiero uno! - En lugar de elegir el lugar más adecuado, y compartir servicios y funciones, que es lo que se hace en los países avanzados, cultos y pragmáticos. Aquí no. Y al presupuesto municipal o autonómico, o estatal que le vayan dando, que aquí mando YO. ¡Como comprenderán, algo absurdo y letal para la economía y la confianza!  Por tanto la conclusión debería ser que cuando se pretende llevar a cabo una obra no presupuestada, se tendría que exponer a una comisión especial, que analizara se si se aprueba o no el gasto. Y si lo que se pretende llevar a cabo tiene sentido social. Y por supuesto modificar la ley que rige a los instrumentos financieros. El que firma, paga, y si no que se atenga a las consecuencias. Eso sí, como en Alemania, el mismo día, no cinco o seis, o siete años después, o nunca, por culpa de la insoportable lentitud de la justicia. Justicia a destiempo no es justicia. Cobrar las deudas a capricho del pagador es una burla. Así nos va.
E pluribus unum

martes, 5 de julio de 2011

Cuarta Entrega


Apreciado lector: La peor consecuencia de la crisis financiera que asola al mundo y especialmente a nuestro país es el paro. En España hay cerca de cinco millones de parados. El veinte por ciento de la población activa. Una enorme cantidad de personas con nombre y apellidos. Estamos hablando por tanto de cinco millones de tragedias humanas. Cinco millones de trabajadores que no encuentran trabajo. Somos el país de Europa con mayor índice de paro, y estamos al nivel de algunos países africanos. ¿Por qué? ¿Cuál es la causa? ¿Qué estamos haciendo mal en este país? ¿Cuál es la salida?

Hemos hablado anteriormente de que las entidades financieras tienen parte de responsabilidad en todo ello. De pronto faltó la confianza y se cerraron los grifos de la financiación en general lo que también afectó a las administraciones públicas. Eso significó que la mayoría de los pequeños empresarios, los profesionales, etc., no pudieron cobrar lo que se les debía, y decidieron reducir plantillas. Ahí comenzó la espiral. La economía de un país está formada por una infinidad de cadenas en la que siempre existen eslabones más débiles. Esas cadenas conforman una red que sostiene el sistema. En España la red tiene ahora demasiados agujeros por donde se escapa a chorros la confianza. Tengo la firme convicción de que es lo que falla en este país. El problema es que la confianza es de cristal. Es algo reluciente, que hace que todos nos reflejemos en ella, lo que da tranquilidad al sistema. El problema es su fragilidad,  ahora se ha roto, y no es fácil repararla, volver a los momentos anteriores. De pronto el mayor o menor patrimonio no vale lo que la gente creía. Es un proceso en espiral como el agua que se va por el sumidero. Gira cada vez más deprisa y cada vez es más difícil de detener. Ello implica que las cosas necesarias aumenten de precio en espiral. Por ejemplo la energía, los combustibles, los intereses bancarios, la cesta de la compra. 

Me dirás ¿Entonces que se puede hacer? ¿Cómo conseguir invertir el proceso? ¿Cuál es el camino? Te diré mi criterio. A nivel personal, la flexibilidad, es decir la capacidad de reciclarse, de cambiar el enfoque, de acometer otros trabajos, aceptar otros destinos, la fe en nosotros mismos, no caer jamás en el desaliento. A nivel general, las entidades financieras tendrán que abrir la mano si quieren sobrevivir. Son parte fundamental del sistema, y saben que si este se hundiera, no sobrevivirían. Eso significa que antes o después volverá la financiación, aunque lógicamente, al menos en una primera etapa, con mayor control que antes. En cuanto al Estado, al gobierno que administra el país, no tendrá otra salida que establecer mayores medidas de flexibilidad. Por ejemplo, en cuanto al trabajo juvenil, el primer empleo, tendría que estar exento de tasas de la seguridad social. Subvencionarlos mediante una bajada impositiva proporcional. Favorecer a las empresas que contraten en la adjudicación de proyectos públicos. Disminuir la burocracia, colaborar en que los emprendedores lo tengan más fácil. No puede ser que las exigencias burocráticas detengan o incluso malogren los proyectos empresariales. Eliminar trabas, simplificar la compleja y farragosa legislación que nos aprieta, evitar los agravios comparativos entre autonomías, estandarizar las legislaciones autonómicas, etc. Solo así podremos ir reparando la red de la confianza. Difícil, sí. Pero no imposible.

E pluribus unum

lunes, 4 de julio de 2011

Tercera Entrega

Apreciado lector. Hemos hablado en las cartas anteriores de las entidades financieras y de los políticos. En su momento volveremos sobre ello.  Ahora debemos proseguir en la búsqueda y el análisis del mal que aqueja al país. De entrada el paciente presenta un cuadro preocupante. Entre otras afecciones da la impresión de que apenas puede moverse. ¿Que estaremos haciendo mal? ¿Estaremos excesivamente regulados? Es cierto que el Estado somos todos, y para regularlo, perfeccionarlo y administrarlo es precisa la burocracia. ¿Pero tanta? ¿Tan repetitiva? ¿Tan profusa, confusa y difusa?  ¿Tan contradictoria? Incluso me atrevería a calificarla en ocasiones de absurda. Te invito a reflexionar sobre ello.


Es cierto que el propio Max Weber, que estudió en profundidad todo ello, asumió que no puede existir un tipo de organización ideal. Que la burocracia real será siempre peor, y menos efectiva que su modelo ideal. Que la autoridad puede no ser lo suficientemente explícita, generando confusión y conflictos de competencia. Que en ocasiones el procedimiento en sí mismo puede llegar a considerarse más importante que la propia decisión. Que la corrupción, los enfrentamientos políticos, el nepotismo, pueden transformar la burocracia en el verdadero enemigo del progreso. Que los funcionarios pueden creer que su criterio personal  predomina sobre el fin, lo que en muchas ocasiones les hace eludir responsabilidades. Que la duplicación de funciones, la rigidez de los procesos, o la toma de decisiones de difícil o imposible aplicación, conducen casi siempre al colapso del sistema. Que las competencias pueden ser poco claras y suelen usarse contrariamente al espíritu de las reglas. Que el afán de controlarlo todo genera más y más reglas y procesos, aumentando exponencialmente la complejidad y disminuyendo su coordinación. Que la excesiva regulación suele implicar la  creación de reglas contradictorias.
 

En ocasiones entre los burócratas existe la certeza de que el sistema en el que actúan es perfecto por definición, lo que suele impedir la autocrítica, el cambio, y la optimización. Casi nunca – lógicamente existen honrosas excepciones - aceptan la crítica  y no suelen admitir las opiniones disidentes.  El resultado, de acuerdo a Weber, es que la racionalización creciente de la vida humana atrapa a los individuos – a todos los ciudadanos - en una jaula de hierro de control racional, que les impide ejercer su mayor bien. La libertad.
Tendremos que añadir que la excesiva burocratización de un país termina irremediablemente por detenerlo. Los emprendedores no se atreven a moverse. Los empresarios se conforman antes que caer en las inflexibles garras de una administración incompetente. Los mejores huyen a lugares más civilizados, donde son bien acogidos  y apreciados. Se genera un clima depresivo y destructor de las nuevas posibilidades, porque la excesiva burocracia no significa progreso sino atraso.


En ello la filosofía de la Reforma, más pragmática y lógica que la nuestra, condujo a sistemas más eficientes y menos corruptos. Por eso en Inglaterra, en Alemania, en Escandinavia, en los Estados Unidos, resulta mucho más sencillo emprender. ¿Será por eso que existe menos paro? ¿Será por eso que progresan más eficientemente? ¿Será por eso que su renta es muy superior a la nuestra?  La situación en la que este  país está viviendo los últimos años hace a la mayoría de sus ciudadanos desgraciados. Eso no puede seguir así. Algo tendrá que cambiar y pronto. Verás. Se deberían cambiar muchas cosas. Te propongo que en la futura Constitución, - tendrá que ser modificada pronto - uno de los principales artículos sea el siguiente: “Todos los ciudadanos tienen derecho a la felicidad” .


   E pluribus unum

martes, 21 de junio de 2011

Segunda entrega


              Apreciado lector: Bienvenido a la dura realidad. Tengo la convicción de que solo entre todos podríamos cambiarla. Comentábamos en la carta anterior  que los bancos deberían actuar de otra manera. Sobre todo en la concesión de préstamos a las PYMES, profesionales y a los ciudadanos. También los políticos deberían modificar con cierta urgencia la legislación hipotecaria, que no puede seguir siendo una espada de Damocles sobre aquellas familias que tienen problemas coyunturales para pagar sus  hipotecas.
Hablaremos hoy de cómo debería ser la actuación de los políticos. Se ha permitido que en todo el mundo “demócrata” sean los partidos políticos los que hagan y deshagan a su criterio, anteponiendo los intereses partidistas a los del país. No hablaremos de lo que sucede en países como Venezuela, ni lo que en muchos lugares del mundo se entiende por democracia.
En nuestro país, sobre el papel una democracia consolidada, tenemos la sensación de que los políticos han convertido la confianza de los ciudadanos en una bula que ampara sus actuaciones.  Existe un enorme descontento acerca de cómo funciona la clase política. Para evitar los intereses creados, para controlar la profesionalización política, con todo lo que ello significa, se debería modificar la Constitución. Un político no debería servir al país más de ocho años. Después a su casa, a su trabajo anterior, a su vida normal, y que entrara sangre nueva. Eso sí. Sin nepotismos, sin “dinastías”, sin vinculaciones familiares con los anteriores, al menos durante un plazo prudencial, mínimo de cuatro años. Tampoco deberían poder “fichar” cuando dejan su cargo por las grandes empresas multinacionales, o por las entidades financieras que hayan tenido vinculación directa con la administración del Estado, durante un periodo que debería fijarse por ley. Da toda la impresión de que se le están retribuyendo anteriores favores. Y por supuesto, los partidos deberían estar por detrás de los intereses generales del país. No puede ser que se nutran casi siempre, de sus afiliados, como si el resto del país no contara más que cuando les hacemos falta, para votarlos. Deberían acudir siempre a los mejores para ocupar los cargos públicos. Dentro o fuera del partido. Lo natural sería que acudieran a los independientes. No pagar con dinero público intereses partidistas, ni lealtades personales. Eso siempre corrompe el poder. Y el poder es para beneficio de todos. También de los que vendrán.
Los políticos deberían dar ejemplo en todo. También en la austeridad. No puede ser que sus sueldos sean escandalosamente altos, o que sumen sus cargos para ello. O que se permitan prebendas que para los ciudadanos normales son claramente abusos de poder. O que “enchufen” a sus parientes cercanos, o a sus amigos, pues todos conocemos a políticos que actúan así. Simplemente es una vergüenza. O que políticos con un turbio pasado nos estén dando lecciones de ética y moral ¡Por favor!
Me dirás que todo lo que estoy exponiendo es una utopía. Te contestaré que depende de nosotros. De nuestra voluntad política. De nuestro sentido común, si en realidad pretendemos mejorar el país. Como te apuntaba al principio, eso es cosa de todos. Y sepan los políticos que los ciudadanos tenemos memoria.

E pluribus unum

jueves, 16 de junio de 2011

Primera Entrega



           Apreciado lector. Bienvenido a la dura realidad. Te propongo hablar  de cómo  podríamos  cambiarla. Está claro que la salida de la crisis no depende de los políticos sino de todos los ciudadanos. Yo les propondría que cara a las elecciones generales próximas, que están más cerca de lo que pensamos, ordenemos nuestras ideas para poder votar a los que realmente representen la voluntad de la gente, de todos nosotros y en otro caso no votarlos.

            Hablaremos hoy de la posición de los bancos. “Primum vivere deinde philosophare”. Primero vivir después filosofar. El primer problema del país, de la gente, es la liquidez. Para poder vivir todos los días con dignidad, para que las pequeñas y medianas empresas puedan seguir adelante, para evitar la destrucción del tejido empresarial que sostiene al sistema.

        A pesar de las multimillonarias ayudas que recibieron de la administración, las entidades financieras no han hecho NADA por sacar a la gente de la crisis. Muy al contrario, salvo rarísimas y honrosas excepciones, que también las hay, lo que han intentado ha sido salvar sus muebles. La brutal restricción de los créditos a las PYMES y ciudadanos ha colaborado en la situación. O el sangrante caso de las hipotecas. Necesitamos con urgencia una legislación como la que existe en otros países mucho más avanzados. En el caso de no poder pagar las cuotas hipotecarias, que por cierto debería existir un seguro de impagos que garantizara que para embargar a una familia, y ocasionarle un enorme trauma, cosa que nadie parece tener en cuenta, deberían darse determinadas circunstancias que aquí no se tienen en consideración, con la devolución del bien hipotecado, que fue tasado y aceptado por el banco, debería quedar saldada la totalidad de la cuenta, por cierto, siempre que el banco devolviera además el capital que hubiera sido amortizado, y se quedara por tanto exclusivamente con el bien y los intereses, ya que en definitiva lo que está haciendo es prestar dinero. Pues no. Además del trauma, de perder su hogar, de quedarse en la calle, en muchos casos tienen que seguir pagando sus cuotas. ¿Y saben por qué? El bien subastado se lo adjudica la mayoría de las veces la mafia de los subasteros con la avenencia de toda la administración. Un piso cuyo valor es de 100.000 € se adjudica por ejemplo por 28.000 €. Lo que conduce a la ruina existencial a las víctimas de la trama. Eso lo saben muy bien los políticos, los jueces, los secretarios de los juzgados, y por supuesto la banca. El síndrome de Shylock. Pues bien. ¿Han hecho algo los políticos en tal sentido? NADA. Esa terrible situación significa un agravio comparativo a favor de los prestamistas y deja en inferioridad de condiciones a la gente normal. ¿Por qué no se quiere acometer una reforma en tal sentido? No interesa. La banca pondría el grito en el cielo. ¡La ruina del sistema! Y no es cierto. Muy al contrario esa seguridad jurídica aumentaría sustancialmente el número de operaciones hipotecarias. De hecho saben que tendrán que modificar la Ley Hipotecaria muy pronto.

          Lo que no terminan de comprender los políticos que tenemos, por cierto, los que nos merecemos, es que los ciudadanos se han hartado. El vaso de la paciencia se ha colmado. Valga también ello para los bancos, para las compañías que monopolizan los suministros primarios como la energía, para la lenta, farragosa y manipulada administración judicial, para todos aquellos que pretenden hacer negocio poniendo en riesgo la vida del pueblo. Que sepan los políticos que pretenden llenarse la boca con la palabra democracia que el pueblo al que dicen representar ya no va a pasarles ni una.